Escribir es traducir. El trabajo –y habilidad- del escritor consiste en transmitir al lector impresiones y sensaciones que, de primeras, no están hechas de palabras. El objeto de la descripción nace de la luz, intensidad, perfume, espesor, sabor… Es misión del escritor traducir esta amalgama a palabras. Ya lo dijo Marcel Proust: la escritura es un trabajo de redacción.
Escribir es unir a dos partes que son invisibles la una para la otra: el lector y el escritor. Este último, ante la percepción de sus propias emociones, reflexiones y sensaciones, se siente ante la necesidad de concretarlo todo en la literatura.
La narración, en la que se recrea el escritor a través de las palabras, permite al lector, emocionarse, reflexionar, sentir. Las percepciones no tienen que ser simétricas en el escritor y en el lector, pero en éste algo tiene que moverse.
A menudo surge la discusión de si el arte debe, o no, molestar. La experiencia de siglos deja patente que debe hacerlo. Ante el arte debemos sentir que perdemos nuestra tranquilidad.
Un camino de imágenes
Así es, este recorrido es un camino de imágenes. Como dejó dicho Nabokov, la literatura es una organización de ideas, no de imágenes. Retomando el título de este post –y, de paso, parafraseando a Henry James, hay que mostrar en lugar de decir. ¿Cuál es la diferencia? Se puede decir: Roberto está nervioso. O se puede mostrarlo: Roberto golpea con el bolígrafo los papeles de la mesa mientras niega con la cabeza.
En el primer caso lo único que hace el escritor es proporcionar al lector una información que puede, o no, creer. Sin embargo, lo más normal es que el lector tenga que ver para creer. Cuando percibimos –en este caso, leemos- algo concreto, visible, el cerebro se pone en marcha para que las palabras leídas conecten con la experiencia individual del lector, sus recuerdos.
El recurso de la visibilidad
La visibilidad es un recurso a disposición del escritor que tiene que utilizar –si o si- en las descripciones que haga. Hay que tener en cuenta que el escenario narrativo es un lugar en el que pasan cosas, en el que tienen lugar acciones importantes, emociones, sensaciones.
Cuando lee un relato de ficción, la mente narrativa del lector no analiza cada palabra. Al leer, no se camina palabra por palabra, fijando la atención en cada una de ellas. Durante el proceso de lectura se absorben párrafos enteros.
Durante el proceso de lectura el lector va a visualizar la escena en su conjunto, de igual manera que el músico piensa en el acorde, algo que tiene que sonar a la vez. Es el método que tiene el lector de recrear y completar la escena.
Cuando se lee, el lector asimila las palabras como elementos visuales. El modo de hacerlo es buscando referencias (Esto se parece a… este personaje es como…). Al leer, o mejor dicho, al asimilar una lectura, conectamos con nuestro interior, con toda una experiencia vital formada por imágenes, recuerdos, sensaciones y emociones.
Al leer, la suma de palabras, objetos, detalles y acciones empujan al lector a liberar su experiencia vital. Y no sólo se libera, también se amplía. La casa de Emma es la casa descrita por Flaubert, la casa de mis abuelo en Ávila que también tenía chimenea, un caserío en el que estuve de vacaciones en Beasain, as casas con chimenea canónicas (Caperucita) las casas con chimenea que recuerdo (Downton Abbey).
También los personajes se visualizan
Y como hace con los escenarios, la visualización de los personajes en la mente del lector no llega a través de informaciones sino de emociones. Tolstói nos dice que Ana tiene espesas pestañas, figura rolliza o un bigotito de suave vello. Aunque hayamos leído la novela, no recordamos nada de eso. Anna Karenina son unas manos: suaves manos, blancas manos, delicadas manos. A través de las manos, nos transmite una idea que completamos y le damos el aspecto de lo que, según nuestro criterio o el canon, representa la belleza delicada.
Identificación con los personajes
Seguramente esta es la mayor dificultad que debe afrontar un escritor: que el lector sea capaz de identificarse con los personajes de la novela que está leyendo. No le va a bastar con observar al personaje desde fuera. El lector va a exigir que se le permita introducirse en el interior del personaje, acceder a sus pensamientos, a sus emociones y a sus sentimientos.
Si el escritor y luego el lector- es capaz de introducirse dentro de un personaje y comprenderlo, de sentir lo que él siente y después transcribirlo en palabras, se estará en disposición de entendernos mejor a nosotros mismos y a los que nos rodean. De la misma forma, el lector sacará lección del análisis y seguirá un proceso parecido al del escritor: verá al personaje en conexión con sus acciones, se identificará con él, llegará a comprender desde dentro y desde fuera sus motivaciones, las razones de sus cambios, y de esta forma se entenderá mejor a sí mismo y a las otras personas.